Friday, August 04, 2006

MORIR EN CANA Por LAUTARO CONDELL

El caso de Marcelo es por demás triste. Toda su familia se encuentra recluida, es más al momento de morir su padre se encontraba a escasos metros, en otra celda. En la cárcel todos hablaban de su muerte. Algunos mencionaron el suicidio, otros, como yo, hablan de la falta de un programa de rehabilitación de la persona humana.

Ayer, a partir de una película chilena que muestra la antigua vida carcelaria, logré darme cuenta de que los métodos de rehabilitación del sistema carcelario chileno son exactamente los mismos de hace 40 o 50 años. Es evidente, no hay evolución en la forma con que el estado y la sociedad redime, cura o mejora al delincuente. Lo mismo de siempre. En la cárcel de San Felipe por ejemplo, existe la misma infraestructura de hace ocho décadas y no estoy hablando de una nueva cárcel, no, sólo hablo de la intención, de la inquietud ante la angustia del que sufre, de la conciencia de nuestra responsabilidad como vecinos de la misma sociedad. En cambio el estado chileno en nada se preocupa por la rehabilitación, encierra al delincuente para eliminarlo, sacarlo de órbita, dormirlo para ver luego, si por arte de magia el hombre sabe hacer otra cosa que no sea robar o traficar.

La situación del sistema carcelario en San Felipe y Chile es vergonzosa, por momentos hablamos de inhumana, al punto de dejar morir a nuestros jóvenes sin haberles entregado una verdadera oportunidad. Marcelo es igual a los millones chilenos de las poblaciones periféricas, los lugares más precarios y olvidados de nuestras ciudades, que se llueven en los liceos y que protestan en las calles con piedras, porque no existe otro horizonte para ellos o porque, como sociedad, no les hemos enseñado a hacer otras cosas. Es claro que las autoridades (es decir quienes tienen el poder de decisión en los recintos carcelarios) no cuentan con la conciencia y compromiso social suficiente para llevar a cabo la rehabilitación de las personas que delinquen. En realidad nunca ha sido su prioridad, solo están capacitados para reducirlos, acallarlos y encarcelarlos sin opción de una nueva vida. En ese sentido, no comprendo de qué sirven los asistentes sociales y sicólogos si no realizan un trabajo profundo y verdadero con los reos De haberlo hecho, Marcelo estaría vivo y en vías de recuperar su salud como cualquier persona enferma, salvado de morir en cana.

Wednesday, August 02, 2006

FUGA por LAUTARO CONDELL


Hace un mes, luego del motín en la cárcel de San Felipe iniciado tras la turbia muerte de uno de los reos y a propósito de mi labor como docente en el recinto, escribí un texto llamado Morir en Cana en este mismo semanario. Se trataba de un lastimero y triste escrito, que hacia alguna claridad apuntaba, alguna sincera palabra contenía, texto en nada reñido con la verdad.
A los pocos días, se me comunicó que el escrito había afectado, algo así como “la honra”, de aquellos que, como los presos, viven sus días de verde salvaguardando el encierro, es decir, gendarmería. Por esta razón, se me negaba la entrada al recinto para cumplir con mi deber de Profesor o como lo dijeron ellos, se pedía al Liceo de Adultos el cambio de docente. En otras palabras, era víctima de un atentado directo a la libre expresión.
Mi estadía como profesor, no estuvo ausente de aciertos. Con los emblemas de la libertad y creación, nos embarcamos con los internos en un pequeño, pero incesante quehacer cultural dentro de lo muros, produciendo en sólo cuatro años una antología carcelaria “Secándose en Las Sombras” y la adjudicación de un Fondart que sacó de la nada, 30 radioteatros que hoy se siguen escuchando por todo Chile. Se entenderá que en aquel tiempo fui “amigo” de gendarmería, instaurando juntos, al recinto de San Felipe como pionero en el desarrollo cultural y artístico de los reos a nivel nacional, siendo reconocido por la propia presidenta Bachelet.
Lo cierto es que las conductas autoritarias persisten y las policías aún no despiertan de su sueño dictatorial como si fueran los reyes de Chile, indicando lo que se puede decir y hacer en la comarca que todavía creen les pertenece. Sin embargo, eso no es lo más grave. Lo peor es que aún le tememos a las ideas del otro, a la discusión y la expresión de los ajenos pensamientos, como si se nos fuera la vida cuando el otro habla y algo de verdad se le escapa en las palabras. Porque al fin y al cabo el texto Morir en Cana fue palabra pura, idea. Aquí señores, no hay cuchillas, fusiles, no hay torturas, calabozos, cuartos de aislamiento, no hay muerte, sino ideas.
Ahora que se escuchan voces de una huelga nacional de reos, debido a las precarias condiciones de hacinamiento, hambre, y principalmente las nulas oportunidades de reinserción social, ahora que todo el mundo se ha dado cuenta de la verdadera vida dentro de las cárceles de Chile, al saber por ejemplo, de la ya constante muerte de internos por consumo de drogas: ¿A quien negarán la entrada para resolver sus problemas que sólo responden a una planificación arcaica?
Y nótese que la crítica no es al gendarme conciente que, como cualquier trabajador chileno, cumple con su labor. No, el problema está, insisto, en la desigualdad social y en que no hay un verdadero plan para reinsertar al ser humano.
Dejé de impartir las emblemáticas clases en la cárcel (por ahora), sintiendo nostalgia por el ser humano, el compañero caído en la desgracia que veía en mí, un respiro y una posibilidad de pensamiento, una ventana de divergencia, de crecimiento. Las clases del Liceo continúan y mi deseo es que por siempre lo hagan, aunque habrá que ver si la ceguera se agudiza o la mente vuelve a ver la luz, porque el reo tiene el derecho a la educación y aunque nadie lo recuerde, tiene derecho a rehabilitarse y soñar con un porvenir más limpio, más puro. Estar recluido no significa dejar de ser persona.
De todas formas agradezco la tremenda oportunidad de haber desplegado mis capacidades en donde más se necesitaba, agradezco también, la otrora disponibilidad y entendimiento al trabajo que nos propusimos con mis compañeros reos. Y por sobre todo, un abrazo y un mate amargo a los muchachos que me permitieron ser parte de su carreta.
Ahora no me queda más que optar por la fuga.